jueves, 24 de abril de 2014

La mirada y el miedo

Mirada crítica y retaliación

No es algo inusual que en nuestra educación se haya hecho demasiado énfasis en la necesidad de observar lo que está mal, defectuoso o erróneo, de modo que se nos inculca la necesidad de captar al vuelo la imperdonable imperfección de las cosas y personas que nos rodean.
Esta misión que produce una pasión turbia, en la que se mezcla en partes iguales el desprecio, el escándalo y la satisfacción por vernos ajenos a tamañas fealdades, se convierte prácticamente la la forma privilegiada de mirar con el bisturí de la vista concentrado en todos los detalles anómalos, irregularidades, desvíos de la norma e insuficiencias indignas.
Claro está, el efecto de resaltar del mundo lo podrido, descanterado, los escupitajos, las cagaditas de perro, las manchas de las ropas, las caspas y todos los defectos físicos y sociales, es un duro precio a pagar: nuestra cruzada nos hace sentir asqueados, malhumorados y rabiosos la mayor parte del tiempo.
Además el exceso de crítica tiene un ``efecto bumerang ``: ver -o temer ver- en los demás la misma mirada, pero !dirigida a nosotros!. Tal vez tengamos desarreglado el pelo, ¡horror!, o no conjunta el color de las distintas prendas, o qué imperdonable seria no saber algo (que a lo mejor todo el mundo menos nosotros conoce).
Contra más criticamos venenosamente más tememos que ese veneno nos contamine a nosotros. Incluso podemos sentir como tan insoportable la posibilidad de ser despreciados, descalificados o criticados que el mismo temor nos haga ver en cada sonrisa una guasa irónica , en cada comentario una velada censura, en cada aprobio irremediable condena y en cada premio una disimulada e hipócrita falsedad.
Miramos tal mal que ese mirar mal se vuelve contra nosotros en forma de mal de ojo, posible castigo vengativo y retaliador de un alma gemela, tan furiosa y ofendida como una de tantas de las que nosotros damos por supuesto que el mundo está poblado.

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