jueves, 24 de abril de 2014

La mirada y el miedo

Ser mirados

Ser explorados por la mirada es una experiencia que nos puede llegar a inquietar y llenar de desasosiego cuando no nos consideramos anónimos objetos del paisaje, intercambiables con cualquier otro objeto que se expusiera a la mirada del observador, sin más detenimiento e interés que el del puro pasear indiferente la vista de un lado a otro que tanto da que seamos nosotros como cualquier otro objeto. Lo contrario de estas condiciones de anonimato o de estar expuestos sin mayor peligro es la mirada escrutadora, la que se fija por más tiempo y dedicación a nosotros, averiguando qué somos, qué pretendemos ser o que nos gustaría ser.


La mirada impenetrable

Cuando vemos aterrorizados que alguien nos está mirando suponemos lo que tememos, esto es, un desprecio, un rechazo, un considerarnos indignos de nuestras aspiraciones. Es difícil adivinar por la mirada del otro cual es exactamente su postura frente a nosotros, su mirara nos asemeja algo pétreo, impenetrable y por ello un angustioso secreto que no despeja nuestras dudas ni tranquiliza nuestras inseguridades. Si pudiéramos entrever una mueca clara de asco o repudio, aun siendo algo profundamente desagradable, no sería por lo menos incierto, lo que quizá es lo peor para nosotros porque precisamente nos coloca en ese desfiladero por el que nos gustaría gustar pero se nos hiela la expectativa en una parálisis que no se sabe si es caída o lejana salvación.
La mirada de los adultos que no sonríen tienen este misterio, este pasmo conmovedor, para un niño pequeño que necesita imperiosamente el acogimiento benévolo que se hace de rogar, que no aparece aún, que amenaza con un giro sorprendente de la situación en la que además de nuestra notable decepción se siguiera un castigo por haber esperado amor de una forma incorrecta y fuera de lugar por alguna misteriosa razón (¡son tan misteriosos los adultos que tan pronto te ríen las gracias como te repudian por pesado o te riñen por inadecuado, aparentemente por las mismas razones!). Los criterios a lo que obedecen los mayores se escapan al niño, que los observa elevados a una cima que, cuando nosotros la alcanzamos años después, no por ello deja atrapar el misterio, que se desliza de sorpresa en sorpresa, abriendo un nuevo laberinto en el último momento en el que nos creíamos ya llegados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario