miércoles, 30 de abril de 2014

Cómo motivar a los adolescentes

Enseñar a los chicos la importancia del esfuerzo es vital para su futuro


 La adolescencia es una etapa difícil para algunas cosas, entre ellas muchos chicos y chicas de esa edad sufren de desmotivación. Padres y maestros observan que tras el comienzo de la pubertad algunos adolescentes pierden el interés por sus estudios. En otros casos, chicos o chicas que habían practicado deportes, los abandonan y otros se apartan de hobbies y aficiones que hasta entonces les daban muchas satisfacciones.
Conseguir que los adolescentes estén motivados es un esfuerzo conjunto que deben hacer padres y maestros. A veces no es fácil pero puede conseguirse.
Objetivos de la motivación
Para lograr que los chicos y las chicas estén motivados o vuelvan a estarlo en el caso de los que han perdido el interés por el aprendizaje o por actividades que les eran beneficiosas, hay que tener claros los tres objetivos a conseguir:
Despertar el interés. La clave del éxito en la motivación es conseguir que los adolescentes se interesen por la actividad concreta para la que queremos motivarlos. Si nuestro hijo o hija no tiene interés ninguno por, por ejemplo la práctica del judo ni por nada que esté relacionado con ella, va a ser casi imposible aficionarlo. Pero si, por ejemplo, nuestro hijo o hija es aficionado a los comics será más sencillo despertar su interés por la lectura. O si le gusta el ejercicio físico será más fácil que comience a practicar algún deporte.
Guiar su esfuerzo. Una vez que el adolescente comienza a realizar la nueva actividad es necesario seguir junto a él en su esfuerzo para apoyarlo y guiar sus pasos en el caso de que lo necesite.
Alcanzar el objetivo. Ese será el fin de la motivación. Pero en este caso hay que tener claro que el objetivo será siempre la actitud y no el resultado obtenido con esa actitud. Es decir, es más importante conseguir que el adolescente se motive y realice el esfuerzo que el logro concreto del fin que se había fijado. Esos fines se consiguen unas veces pero otras, no. Pero el aprendizaje de que hacer un esfuerzo para conseguir las cosas es fundamental en la vida adulta es muy importante para el adolescente.
Cómo lograr esos objetivos

Cada adolescente es distinto. Los padres y maestros deben utilizar su conocimiento de la personalidad de cada adolescente concreto para ayudarle a desarrollar sus intereses. Conocer el grado de madurez del chico o la chica, sus intereses, sus aficiones y su potencial es imprescindible para motivarlos.
La influencia de los amigos. También es importante el conocimiento que los padres y maestros tienen de los amigos del adolescente. Y es que el grupo puede influir mucho en chicos y chicas, tanto positiva como negativamente. Padres y maestros pueden utilizar lo que saben de los amigos del adolescente para neutralizar la posible influencia negativa y aumentar la positiva.
Fijar objetivos realistas y claros. También en este caso es necesario utilizar el conocimiento de la personalidad y las habilidades del adolescente. Por ejemplo, sería absurdo pretender que un adolescente que nunca haya destacado en los deportes participe en los prosimos Juegos Olímpicos, pero no lo sería apoyarle para que comenzara a hacer ejercicio todas las semanas. De la misma forma, fijarse como meta "hacer ejercicio" es demasiado vago y no ayudará al adolescente a conseguirlo. Sin embargo, fijarse como meta practicar dos horas de natación a la semana es un objetivo claro. De la misma forma, "comenzar a leer" no es claro pero sí lo es "leer dos libros cada mes".
Reforzar su autoestima. Hay que tener en cuenta que los éxitos animan y los fracasos desaniman. Esa es una buena razón para que ayudemos a los adolescentes a fijarse metas moderadas, aunque no excesivamente, para que vaya consiguiendo éxitos que le animen a seguir con el esfuerzo.
Mantener la disciplina. Tanto para el aprendizaje como para la práctica de cualquier afición o para la consecución de cualquier objetivo que se planteen es importante que los chicos o las chicas sean disciplinados, que sean capaces de tener fuerza de voluntad y que sepan que los adultos que los rodean confían en ellos.

Adolescentes con complejos

Claves para ayudarles a superarlos

La pubertad es la época de la aparición de los complejos físicos. Casi no hay adolescente que se libre de ellos. Unos se sienten mal porque son bajos, otros porque son demasiado altos, otros porque están delgados o por el contrario porque están gordos o porque tienen granos o porque creen que tienen la nariz, el trasero o los pechos demasiado grandes. Casi cualquier excusa es válida para sentirse mal o diferente.
Que los primeros años de la adolescencia sean los más proclives a la aparición de esas inseguridades es normal. En ese momento efectivamente el cuerpo de chicas y chicos está sufriendo cambios tremendos. Los varones se vuelven más musculosos y las chicas acumulan grasa. A la inmensa mayoría de los adolescentes les salen granos y también les crecen la nariz o las orejas. Sus cuerpos están pasando de la infancia a la edad adulta y ese es un proceso en el que a veces se producen algunos “desajustes estéticos”, por ejemplo una nariz más madura en un rostro aún de niño.
Inseguridad emocional
A esos cambios físicos se unen grandes cambios emocionales. Chicos y chicas están también viviendo el proceso que les llevará a su madurez psicológica. Y ello unido a los profundos cambios hormonales provoca sus continuos cambios de humor, su rebeldía y su inseguridad.
Cuando se unen esos dos aspectos, los cambios físicos a la inseguridad emocional, se produce el caldo de cultivo ideal para la aparición de complejos.
Cuáles son los complejos más habituales
En las adolescentes la preocupación física más habitual se debe al peso. Durante la pubertad las chicas se preocupan porque la grasa se acumula en algunas zonas de su cuerpo: los pechos, las caderas y los muslos. En ocasiones esa preocupación puede convertirse en un problema muy serio si la adolescente desarrolla un trastorno de la alimentación como la anorexia.
En los chicos el problema es el contrario, lo que les suele preocupar es la falta de musculación en sus cuerpos.
Qué puede hacerse para ayudarlos
Cuando se trata de complejos sin más importancia, la ayuda principal para los adolescentes debe venir de su familia. Los padres pueden hacer mucho para que esas pequeñas preocupaciones no crezcan y se conviertan en un asunto más serio, de ese modo acabarán desapareciendo en el proceso natural de maduración.
Lo más importante que pueden hacer los padres de adolescentes para ayudarles a superar los complejos es fomentar su autoestima:
La estética no es el único valor. Es indudable que en nuestra sociedad se le da mucha importancia a la apariencia y luchar contra ello es muy difícil pero al menos hay que conseguir que chicos y chicas tengan claro que hay otros valores tan importantes o más que el físico.
La perfección no existe. Muchas veces los complejos nacen de la búsqueda de la perfección. Es muy importante que los adolescentes aprendan pronto que la perfección no existe, es solo un ideal. Y no solo eso, también deben aprender a descubrir la belleza de las imperfecciones.
Reforzar su posición ante sus amigos. La amistad es importantísima a esa edad y la opinión del grupo tiene mucho poder sobre las emociones de los adolescentes. Pero podemos enseñarles a que aprendan a reforzar su posición y defender su propio punto de vista sobre cualquier cosa, aunque difiera del punto de vista de la mayoría.
Asumir la frustración. Es importante que aprendan pronto que no todo es como ellos querrían que fuera, ni su propio cuerpo ni muchas otras cosas. Una buena tolerancia a la frustración hará de ellos adultos mucho más seguros de sí mismos.
No destacar siempre lo que hacen mal. Hay veces que los padres se enfocan excesivamente en aquello en lo que sus hijos fallan y olvidan que hay muchas otras cosas que hacen muy bien. Es importante corregirlos pero es igual de importante resaltar aquellas cosas en las que chicos y chicas son buenos. Eso les hará sentirse mejor con ellos mismos.
Cuándo buscar ayuda externa
Hay veces que el complejo tiene una base real que puede corregirse. Por ejemplo, si un adolescente no se siente bien con su cuerpo porque tiene sobrepeso será mucho mejor no obviar que realmente tiene un problema y poner las medidas para que adelgace.
En la mayoría de los casos, el complejo viene de cómo se ven ellos y no de cómo son en realidad. Por eso también puede ser bueno animar a los adolescentes a que lo consulten con su médico. Seguro que el doctor podrá demostrarles con tablas de medias que lo que a ellos les preocupa les pasa a casi todos los chicos y chicas de su edad.
Y si el complejo causa un gran sufrimiento al adolescente sí es recomendable consultar con su médico o con un terapeuta. Lo mismo que si la obsesión por alguna cuestión física puede llevar al joven hacia algún trastorno de la alimentación como la anorexia o advertimos algún síntoma de depresión.

martes, 29 de abril de 2014

¿Es mi hijo adolescente demasiado inmaduro?

Algunas claves para saber si los chicos crecen de forma adecuada


“Mi hija de trece años aún juega a veces con muñecas”, “Tiene catorce años pero se entretiene todavía viendo las películas de sus hermanos pequeños”, dicen algunos padres sobre sus hijos adolescentes. Y lo que se esconde tras esas reflexiones es el miedo a que los chicos no hayan madurado suficientemente. Ese es un pensamiento que tienen la mayoría de los padres alguna vez durante la adolescencia de sus hijos.
La razón es que el proceso de la adolescencia no es un tránsito lineal. No sigue unos pasos preestablecidos. Unos adolescentes maduran antes, otros lo hacen más tarde. Hay épocas en las que parecen mucho mayores y de pronto vuelven a parecer niños de nuevo. Todo eso es normal. Hay que tener claro que en los primeros años de la adolescencia, los chicos y chicas son todavía niños aunque estén en el camino de convertirse en adultos. Así que unas veces parecerán más pequeños de lo que son y otras nos sorprenderán con reacciones propias de adultos. Nada de eso debe preocupar a los padres.
La adolescencia también tiene etapas
Pero sí es importante seguir de cerca ese proceso de crecimiento. Pasar tiempo con ellos y dejarles hablar con nosotros. Permitirles expresar lo que sienten con libertad porque eso nos dará claves sobre si su adolescencia se está desarrollando con normalidad. E incluso cuando esto es así conocer bien lo que sienten y piensan nos permitirá ayudarles en el proceso.
Una forma de ayudarles es entender que la adolescencia es un largo proceso que tiene etapas. En cada una de ellas, las chicas y chicos van adquiriendo los rasgos que les harán adultos. Y aunque no hay tablas exactas que nos digan cómo son en cada edad, sí hay algunas claves que nos pueden ayudar a entender si chicas y chicos llevan una maduración normal.
Adolescencia temprana
Esta etapa abarcaría desde el inicio de la adolescencia que suele estar entre los 10 y los 12 años hasta dos o tres años más tarde. Aunque ya los llamamos adolescentes lo cierto es que son niños. Niños que están en proceso de cambio, eso sí. Las características de esta etapa son los cambios continuos de humor y los enfados dirigidos casi siempre contra sus padres. También es el momento en el que comienzan a interesarse por formar un grupo de iguales, generalmente de su mismo sexo.
Adolescencia media
La adolescencia media se suele situar entre los 13 y los 16 años. Chicas y chicos ya han comenzado su separación emocional de la familia, pertenecen a grupos en los que se relacionan con otros adolescentes de los dos sexos y algunos comienzan a tener relaciones de pareja. Es una etapa de gran rebeldía.
Adolescencia tardía
Entre los 16 y los 20 años transcurre el último periodo de la adolescencia. Se trata de una etapa mucho más tranquila en la que mayoría de los jóvenes ha vuelto a establecer unas relaciones cordiales con sus padres lejos ya de los momentos de enfrentamiento que suelen identificar las dos etapas precedentes. También en este momento comienzan a afianzar sus relaciones de pareja.
Maduración completa
No existe un momento en el que se pueda decir que una persona ha acabado de madurar ya que este es un proceso que transcurre en paralelo a la vida. Pero sí es cierto que si por maduración entendemos la capacidad de responsabilizarse de uno mismo y tomar decisiones sobre su vida, esto suele llegar con el final de la adolescencia. Pero su llegada no es repentina, a lo largo de las distintas etapas veremos a chicas y chicos como va aumentando su madurez emocional, moral e intelectual. Es decir, serán cada vez más capaces de relacionarse con ellos mismos y con las personas de los rodean de manera sana, podrán entender y seguir las reglas que rigen la sociedad y alcanzarán el pensamiento abstracto.
Signos de inmadurez
Existen algunos signos que muestran la inmadurez de los adolescentes. Los padres deben estar atentos a si aparecen en las dos últimas etapas de la adolescencia y sobre todo en la adolescencia tardía ya que podrían ser la señal de que la chica o el chico tienen problemas para conseguir un desarrollo adecuado:
Sentimiento de inferioridad. Un sentimiento que es normal en las primeras etapas de la adolescencia por los continuos cambios que está sufriendo su organismo pero que poco a poco debe ir desapareciendo.
Excesivo perfeccionismo. El afán por conseguir que todo sea perfecto es una prueba de falta de contacto con la realidad.
Miedo a equivocarse. La adolescencia es un periodo lleno de miedos que irán desapareciendo con el tiempo. Si no es así, algo en el crecimiento del joven está fallando.
Inseguridad. Como en el caso anterior lo que es normal en las primeras etapas debe ir eliminándose con el tiempo.
Baja tolerancia a la frustración. Igual que en los anteriores, esta es una característica normal de la infancia pero no de la edad adulta.

lunes, 28 de abril de 2014

Por qué cambia tanto el humor de mi hijo adolescente

Cómo puedes ayudarle a sobrellevar su instabilidad emocional


El humor cambiante de los adolescentes es una de las quejas más frecuentes de sus padres. Cuando entran en la pubertad los chicos y las chicas pasan de la alegría a la tristeza en segundos o del aburrimiento a la diversión en unos pocos minutos. De pronto son los seres más felices de la Tierra e instantes después no hay nadie en el universo más desgraciado que ellos.
Los constantes cambios emocionales son agobiantes para los adolescentes pero también son muy difíciles de soportar para quienes conviven con ellos. Pero esos vaivenes emocionales no tienen porqué ser constantes, ni tan frecuentes ni tan insoportables. Con una serie de claves podemos, primero aprender a convivir con ellos y, también, conseguir que sean menos frecuentes y extremos.
Información
El primer aspecto importante es saber a qué se deben. Teniendo información suficiente sobre sus causas podremos entenderlos mejor y combatirlos. Los cambios de humor de la adolescencia tienen dos causas, una de ellas es física y la otra es psicológica.
Causas físicas
Al comienzo de la pubertad, que suele ocurrir a partir de los diez años, empiezan a producirse en las chicas y los chicos cambios hormonales. Sus organismos comienzan a producir grandes cantidades de hormonas sexuales: estrógeno y progesterona en las chicas y testosterona en los chicos. Esas descargas hormonales son las que irán provocando los profundos cambios sexuales en nuestros hijos y, a la vez, causan, en parte, las alteraciones emocionales.
Causas psicológicas
A la vez que trabajan las hormonas, todo en el mundo de los adolescentes está en proceso de cambio: su cuerpo, su mundo, su mente, sus relaciones. Están dejando de ser niños pero aún no son adultos y eso conlleva una inestabilidad emocional que también provoca esos frecuentes cambios de humor.
Causas cerebrales
Investigaciones científicas recientes han descubierto, además, que los cambios que con la pubertad se producen en el cerebro de los adolescentes les impiden reconocer inmediatamente las emociones de otras personas, con lo que su inestabilidad se hace mayor. Según ha descubierto el doctor Robert McGivern de la Universidad de San Diego, ese proceso de cambio en las conexiones cerebrales -esas que nos permiten pensar- de los adolescentes solo se ajusta hacia los 18 años.
Tú puedes ayudarle
Una vez que sabes ya porqué le ocurre eso a tu hijo adolescente, plantéate que tú puedes ayudarle a reducir esos cambios de humor o, al menos, a hacerlos más llevaderos para toda la familia. Para que él o ella se sienta mejor y pueda tener mayor control sobre sus sentimientos puedes mostrarle una serie de recursos:

Hazle saber que no está solo. La función de los padres durante la adolescencia es muy importante ya que en esta etapa de la vida los seres humanos somos muy vulnerables desde el punto de vista psicológico. Es importante que nuestros hijos sepan que estamos a su lado. Y es crucial que pasemos suficiente tiempo con ellos. Para disminuir un poco esa vulnerabilidad, explícale a tu hijo adolescente las causas de sus cambios de humor. Y cuéntale que son normales, que le ocurre a casi todas las personas y que también te pasó a ti durante tu adolescencia.
Consigue que hable de lo que le ocurre. Es muy importante el desahogo. Seguro que tú hijo o hija adolescente hablará mucho con sus amigos pero también es bueno que hable contigo y te explique cómo se siente. Permítele igualmente que muestre sus sentimientos, explícale que llorar es tan bueno como reír cuando a uno le hace falta.
El deporte ayuda. Hazle saber que el ejercicio físico es una fantástica válvula para regular las emociones. Las hormonas que se producen en el organismo tras la práctica de actividades deportivas son magníficas para reducir la tensión y mejorar el estado de ánimo. Así que alienta a tu hija o hijo adolescente para que practique deportes.
Descansar bien es fundamental. El organismo necesita siempre su dosis de descanso pero durante la adolescencia, cuando los cambios son tan profundos, aún más. Explica a tu hijo adolescente que el cansancio le provocará aún más irritación o tristeza.


Si consigues que tu hija o hijo adolescente siga estos consejos verás como su vida, y también la del resto de la familia, se vuelve más fácil. Asumir que los cambios de humor son normales es el primer paso para que todo sea más sencillo. Pero los padres de los adolescentes deben estar atentos a esos cambios de humor, aunque son normales en prácticamente todos los chicos y chicas es necesario vigilar si esas alteraciones emocionales son excesivamente profundas. Si fuera así, podríamos estar ante algo más grave, como una depresión y en ese caso sería imprescindible buscar ayuda médica.




Fuentes: Robert F McGivern, Julie Andersen, Desiree Byrd, Kandis L Mutter, Judy Reilly. "Cognitive efficiency on a match to sample task decreases at the onset of puberty in children". Brain and Cognition Volume 50, Issue 1, October 2002, Pages 73-89

La depresión en los adolescentes

Una enfermedad que afecta al 8% de los chicos y chicas en esta edad



 Aproximadamente un 8% de los chicos y chicas sufren una depresión durante su adolescencia. Esta enfermedad afecta con mucha mayor frecuencia a las chicas que a los chicos, un 13% de las adolescentes la padecerán frente a tan solo un 4,6% de los varones en esta edad.
Muchos padres sienten terror ante la posibilidad de que les ocurra a sus hijos. Y otros están confundidos porque como la adolescencia es la etapa de los cambios de humor bruscos y continuos tienen miedo de no saber detectar a tiempo este problema. Por eso es bueno contar con la información suficiente para saber si a nuestros hijos puede estar ocuriéndoles. O si ese es el caso, poder actuar a tiempo e impedir que la enfermedad sea más grave. Es importante mantener una buena comunicación, fluida y constante, con nuestros hijos y pasar tiempo con ellos para saber siempre cómo están.
Qué es una depresión
Hay personas que no entienden bien lo que significa estar deprimido y creen que la falta de energía de los que padecen esta enfermedad se soluciona con críticas o con reprimendas y otros creen que la depresión es una actitud que puede cambiarse si así lo quiere la persona que la padece. Pero ninguna de estas ideas es cierta. La depresión es una enfermedad mental y una enfermedad grave. Como el resto de las enfermedades requiere tratamiento y un periodo, que puede ser más o menos prolongado, para la recuperación.
La terapia es muy efectiva
Una buena noticia es que las personas deprimidas que reciben ayuda terapéutica mejoran notablemente su calidad de vida. Y otra magnífica noticia es que la depresión se cura. Pero hay que tener en cuenta que siempre requiere atención médica. Y su tratamiento puede incluir medicación o terapia psicológica y, en la mayoría de los casos, una combinación de los dos.
Causas de la depresión
La depresión no tiene una causa única. En ella intervienen factores genéticos, el entorno, el estado de salud general, algunos acontecimientos dramáticos como la muerte de un ser querido y ciertos patrones de pensamiento. En el caso de los adolescentes, se cree que además, que en la aparición de las depresiones tienen algún papel las alteraciones hormonales propias de esta edad, el estrés que provoca el proceso de maduración y los conflictos que ocasiona en algunos chicos la formación de la propia identidad unida a la adquisición de la independencia.
Síntomas de la depresión
Los síntomas de la depresión son muchos y muy variados pero los más comunes en los adolescentes son:
-Cansancio permanente y falta de energía
-Dificultad para la concentración
-Cambios en el apetito. Lo general es que disminuya pero también hay ocasiones en que aumenta.
-Irritabilidad
-Pérdida del interés por actividades con las que antes se disfrutaba
-Sentimientos de desprecio hacia uno mismo
-Tristeza
-Pensamientos sobre la muerte o el suicidio
-Alteraciones del sueño
-Disminución del rendimiento escolar
-Aparición de actitudes desafiantes
Distanciamiento del grupo de amigos
-Consumo de alcohol o drogas
Una recomendación para los padres es que si se advierten varios de estos síntomas en un adolescente y estos síntomas se prolongan durante más de dos semanas consulten al médico.
El riesgo de suicidio
Uno de los problemas más graves de la depresión es que algunas veces lleva asociado el riesgo de suicidio. En Estados Unidos hay más de dos millones de adolescentes a los que se les ha diagnosticado depresión. Y los expertos creen que esa alta cifra está relacionada con el aumento de los suicidios entre los jóvenes que ya son la tercera causa de muerte entre chicos y chicas de 15 a 24 años.
Un consejo para los padres de adolescentes deprimidos o que crean que sus hijos padecen una depresión es que si advierten alguno de estos síntomas en sus hijos se pongan en contacto inmediato con su médico:
Si su hijo reparte sus pertenencias entre los demás
Si su hijo de pronto tiene actitudes que conllevan un riesgo para su vida
Si verbaliza intenciones de suicido
Si su hijo se aísla y únicamente quiere estar solo
Además, se recomienda a los padres cuyos hijos están siendo tratados contra una depresión que comuniquen al médico de sus adolescentes cualquier cambio en el carácter o la personalidad de estos, cualquier efecto secundario de los medicamentos o si la depresión no mejora o empeora. Todos los estudios demuestran que cuando la depresión de los adolescentes se diagnostica a tiempo y es tratada por los médicos es mucho más raro que se convierta en un trastorno grave. En la inmensa mayoría de los casos, además, los chicos y las chicas que la padecen pero que reciben el tratamiento adecuado consiguen llevar una vida normal.



Fuentes:

Bostic JQ, Prince JB. Child and adolescent psychiatric disorders. In: Stern TA, Rosenbaum JF, Fava M, Biederman J, Rauch SL, eds. Massachusetts General Hospital Comprehensive Clinical Psychiatry. 1st ed. Philadelphia, Pa: Mosby Elsevier;2008:chap 69.
Zuckerbrot RA, Cheung AH, Jenson PS, Stein REK. Identification, assessment, and initial management guidelines for adolescent depression in primary care. Pediatrics. 2007;120:e1299-e1312.
Llaberia, D y Lorente, P. Epidemiología de la Depresión Infantil. Editorial. Espaxis. España 1990.


Descubre por qué tu hijo adolescente está triste



La tristeza es un sentimiento de aflicción que todos padecemos alguna vez. Hay personas que la sufren más a menudo y otras que rara vez la padecen. Pero hay una edad en la que la mayoría de las personas se sienten tristes con mucha más frecuencia, es la adolescencia.
No es raro ver a adolecentes tristes. Quizá no les veamos llorar o nos cueste darnos cuenta de su tristeza porque la pueden ocultar con la ira, el enfado, la reveldía o la apatía pero ahí está. La mayoría de los adolescentes pasan por ello, a menudo se sienten tristes o melancólicos.


¿Por qué está triste?
Muchos padres y madres se preguntan por qué les ocurre eso a sus hijos. Son chicos y chicas sanos que no tienen graves problemas, a los que la vida les sonríe y sin embargo, muchas veces los observan tristes.
No deben preocuparse por ello porque la tristeza es un sentimiento habitual durante la adolescencia que aparece por variadas razones, casi siempre unidas a los procesos de cambio tremendos que viven los adolescentes tanto en el plano físico como en el psicológico y el social.

Las causas más frecuentes de su tristeza pueden ser:
Frustración
. Es muy habitual que las cosas no sean tal y como el adolescente esperaba. Eso que es un hecho que todos los adultos saben y asumen, es más difícil de sobrellevar en la adolescencia. Lo primero porque, en general, educamos poco a los hijos para que aprendan a enfrentarse a los fracasos y no les damos recursos suficientes para tolerar la frustración. Y, lo segundo, porque en la época de cambios que viven las cosas no son casi nunca como ellos esperan.
Susceptibilidad. Es otras de las características más unidas a la adolescencia. Los chicos y chicas a esa edad son muy susceptibles. Y esa susceptibilidad les nace de que no están demasiado seguros de sí mismos. Están creciendo muy deprisa, viven cambios físicos que los desconciertan, están comenzando a entrar en el mundo de los adultos pero ellos aún no lo son aunque tampoco son ya niños. Todo eso provoca inseguridad y la inseguridad hace que los adolescentes se sientan enfadados o heridos con frecuencia por todo lo que hacen las personas que están a su alrededor.
Sensación de pérdida. La mayoría de los chicos y las chicas adolescentes abandonan la niñez felices, les gusta sentirse mayores y hacen intentos por convertirse rápidamente en adultos, o al menos por parecerlo. Pero eso no quiere decir que no sufran por abandonar la niñez, que no tengan sensación de pérdida. La entrada en el mundo de los adultos aunque es progresiva tiene muchas dificultades así que los adolescentes sienten que han perdido ese colchón de protección en el que vivieron en su niñez, a veces también temen haber perdido el cariño de sus padres aunque eso no sea cierto. Pero el cambio en el tipo de relación que mantienen con ellos e incluso su intransigencia o su rebeldía que pueden hacer que las relaciones entre padres e hijos sean mucho más tensas en esos momentos hace que todo sea diferente. Y en cierto modo, los adolescentes pierden a los padres que tenían cuando eran niños o, en la mayoría de las veces, piensan que los han perdido.
Emociones exageradas. Si hay una característica que defina la adolescencia esa es la de que chicos y chicas siente todo de forma mucho más dramática. La alegría, la amistad, el amor pero también la tristeza. Una parte de la culpa de que eso ocurra la tienen sus hormonas que están actuando de manera acelerada y otra parte es debida a los cambios que los chicos viven a esta edad.
¿Cuándo deja de ser normal la tristeza de un adolescente?Aunque es normal que los adolescentes estén tristes, sus padres deberán preocuparse si los periodos de tristeza son muy largos o esta es muy profunda o si produce en sus hijos pensamientos suicidas o provoca que asuman actitudes de riesgo. En esos casos, los padres deben buscar ayuda profesional inmediatamente. Lo más recomendable es hablar primero con el doctor del adolescente porque él sabrá cómo orientarlos.

Adolescentes



  • Mi hija me odia
    Y a su papá lo idolatra

    Miles de madres del mundo entero han dicho en alguna ocasión esta frase: “mi hija me odia”. Algunas saben distanciarse de las exageraciones de sus hijas adolecencia y se lo toman con humor, otras, en cambio, sufren profundamente con esos sentimientos de sus hijas. A muchas también les duele enormemente que mientras sus hijas se enfrentan continuamente a ellas suelen desarrollar un amor sin límites por su padre. “Según ella, yo lo hago todo mal, en cambio, su papá es perfecto en todo”, confiesan muchas madres de adolescentes sobre los sentimientos que sus hijas muestran en la casa.



    En cualquiera de los casos, lo que indica esa frase, “odio a mi madre”, es una de las relaciones más complejas que pueden darse entre seres humanos, la de las madres y sus hijas cuando estas entran en la adolescencia.
    En esos momentos, una relación que, por lo general, siempre había sido estrecha y apacible se convierte en un infierno que puede hacer sufrir tanto a las madres como a las hijas y al resto de la familia.
    Por eso bueno entender las razones de ese choque. Saber por qué ocurren los enfrentamientos y buscar fórmulas para desactivarlos y conseguir que la relación entre madre e hija adolescentes funcione.
    Por qué se producen los enfrentamientos entre madres e hijas
    Porque es una de las relaciones más cercanas. La relación entre madres e hijas es una de las más cercanas. Mientras las hijas son niñas, la relación con sus madres suele ser muy estrecha. Las niñas admiran a sus madres y las tienen como modelo. En una relación con tal grado de proximidad, cuando llega la adolecencia y las jóvenes comienzan a revelarse contra los adultos en busca de su propia identidad, los primeros enfrentamientos son con sus madres, las personas más cercanas a ellas, las que han tenido como modelo. Porque una de las claves de la adolescencia es que las chicas huyen de los modelos de la niñez para encontrar su nuevo camino, la personalidad que se va formando hasta que se conviertan en adultas. Lo más habitual es que una vez superada la etapa adolescente, las chicas vuelvan a recobrar la proximidad a sus madres incluso en los casos en los que los enfrentamientos han sido más duros.

    La competencia. Uno de los problemas más habituales entre las mamás y sus hijas adolescentes es la competencia. Muchas veces por parte de ambas. Las hijas compiten con sus madres por el amor de sus papás y las madres, en muchas ocasiones, compiten, aunque sea de forma inconsciente, con sus hijas porque sienten que su tiempo ya ha pasado y quieren aferrarse a la juventud.
    Qué pueden hacer las mamás para resolver el problema
    No ser amigas, ser mamás. Un error de algunas mujeres con sus hijas adolescentes es que intentan convertirse en sus amigas. Cuando eso ocurre, se pierden los roles familiares, las chicas no encuentran el modelo que necesitan en sus madres, incluso las que utilizan ese modelo para oponerse a él en su etapa de rebeldía. Por eso es fundamental conservar el papel de mamá. Puede ser el de una mamá cercana, tolerante, que comprenda a su hija pero sin olvidar nunca que ella es la mamá, la encargada de poner las normas y de proteger y cuidar de su hija adolescente.
    Si tú estás bien, ella estará mejor. La adolescencia de las hijas coincide en muchos casos con la menopausia de la mamá. Esas dos etapas son, probablemente, las más difíciles en la vida de una mujer. Algunas mujeres sufren durante la menopausia a causa de sus alteraciones hormonales y además de problemas físicos deben enfrentarse a desarreglos emocionales: tristeza inmensa, cambios súbitos en el estado de ánimo, accesos de ira o de profunda ansiedad… Todo eso hace que su vida se complique. Si ese momento coincide además con la adolescencia de una hija la situación puede ser muy dura. Por eso es aconsejable para todas las mujeres menopaúsicas que consulten con su doctor para resolver los problemas asociados a este momento de sus vidas. Por ellas mismas lo primero, pero también por sus hijas adolescentes.
    No relajar la disciplina. Aunque sientan que es agotador y se multipliquen las quejas de las chicas, las mamás harán bien en mantener las normas que se hayan fijado para la adolescente. Retar esas normas puede ser un hecho normal en el proceso de la adolescencia pero las chicas necesitan una referencia para saber cómo comportarse.

FALTA DE ATENCIÓN EN LOS NIÑOS

Causas

Podemos definir como los fallos en los mecanismos de funcionamiento de la atención que producen una falta de adaptación a las exigencias del ambiente, o a nuestras propias exigencias». La definición es algo tautológica si no aclaramos a qué mecanismos de funcionamiento nos referimos. Básicamente, aunque posteriormente los ampliaremos, nos referimos a la amplitud atencional, es decir, la cantidad de información que el niño puede procesar al mismo tiempo y a la intesidad atencional, es decir, a la capacidad para mantenerse sobre la tarea, respondiendo a sus demandas

Diagnóstico

· Son menos capaces de mantener el mismo grado de compromiso en las tareas que otros niños.

·  No pueden prestar suficiente atención a los detalles.

·  Pierden la concentración en tareas rutinarias.

·  Sus trabajos suelen ser poco limpios y desordenados.

·  Cambian de una actividad a otra sin terminar ninguna de ellas.

·  Pierden el material y olvidan las cosas.

Como en muchas entidades clínicas, de primera intención el diagnóstico de Trastorno por Déficit de Atención parece no tener problema, pero no debe perderse de vista que muchos pacientes tienen problemas psiquiátricos agregados que pudieran dificultar el llegar a una conclusión. En algunos estudios comunitarios se ha podido mostrar que hay sobrediagnóstico y por lo tanto sobretratamiento; incluso es muy probable que como también sucede en otras enfermedades, la inatención o la hiperactividad solo sean síntomas de otros diagnósticos psiquiátricos o neurológicos y no la enfermedad en sí. Tal podría ser el caso de los trastornos de conducta, trastorno de aprendizaje, trastorno desafiante por oposición, trastorno de Tourette´s, incapacidad para el lenguaje y el habla, o los que afectan la atención como trastornos de ansiedad ( ansiedad de separación, trastorno obsesivo o sobreansiedad) , de personalidad ( manía, depresión ), abuso de sustancias, esquizofrenia o psicosis, resistencia generalizada a hormona tiroidea o hipertiroidismo. Se ha encontrado en los diferentes estudios realizados que el TDAH tiene predisposición familiar, sobre todo cuando aparece con un trastorno de conducta con expresión variable como la depresión mayor

Como síntomas agregados al TDAH principalmente en el tipo combinado, se ha hallado alteración de la percepción visomotora, lo cual está en relación directa con problemas de aprendizaje y en todas las tareas que requieran percepción visomotora

Cuando existen de manera agregada a trastorno de atención o de aprendizaje, signos y síntomas neurológicos focales, cefalea o crisis epilepticas, pudiera sospecharse incluso de neoplasias del lóbulo temporal, teniendo un gran valor en estos casos, como auxiliar importante de diagnóstico el EEG

En fin, a manera de síntesis, se puede decir que el diagnóstico se basa en primer termino en los criterios de la Asociación Psiquiátrica Americana de 1994, teniendo en cuenta los antecedentes familiares otorgados por los padres o escolares otorgados por los maestros, desde luego la exploración neurológica para descartar alteraciones orgánicas como las visuales o auditivas, sin perder de vista que una gran parte de los niños con TDAH cursan con signos y síntomas que pudieran corresponder a otro tipo de trastornos psiquiátricos, teniendo necesidad de descartar por ejemplo, retraso mental, autismo o esquizofrenia. A partir de la discusión sobre la clasificación de los pacientes, se ha profundizado en el diagnóstico y tratamiento, lo que ha conducido actualmente a una mejor evaluación y manejo de estos niños

sábado, 26 de abril de 2014

La Mentira

La Mentira es faltar a la verdad a sabiendas. Es una afirmación falsa que crea una idea o una imagen también falsa.

Pero la mentira “tiene patas cortas”, es decir, que no llega muy lejos; porque los mentirosos tienen que tener ante todo muy buena memoria, si no quieren ser descubiertos.

El que miente necesita falsear la verdad para dar una imagen diferente de la que realmente tiene. No está conforme consigo mismo y en lugar de mejorarse auténticamente se oculta tras una máscara o disfraz inconsistente.

Una mentira es el comienzo de una cadena de mentiras infinitas que hace que el mentiroso produzca en los demás una imagen de personalidad caótica.

La personalidad paranoide es fabuladora porque se siente perseguida y criticada y necesita continuamente reivindicarse.

El miedo a perder la imagen falsa crea mucha tensión y angustia y se pierde mucha energía mintiendo.

La mentira tiene la función de fabricar personas y mundos falsos que hasta el que los inventa se los cree.

Una vez que se ha instalado el hábito de mentir es muy difícil salir de él; porque la confianza de los otros se pierde diciendo una sola mentira y para recuperarla pueden pasar muchos años.

Además, el que miente se está mintiendo a si mismo convirtiéndose en alguien irreal que no existe.

Hay muchas formas de mentir. Están las mentiras piadosas que son para no herir susceptibilidades, aunque siempre es mejor pecar por omisión antes de caer en una mentira.

También hay mentiras colectivas, como las noticias de los diarios, las revistas, la radio o la televisión que la mayoría de las veces responden a intereses espurios.

Hay mentiras familiares, que son las que sostienen a algunas familias, que aunque mientan todos por lo general igualmente se desmoronan.

Leemos mentiras históricas en muchos libros porque lamentablemente nadie puede ser objetivo contando un hecho del pasado con absoluta fidelidad, porque no puede evitar agregarle datos de su propia experiencia o ideología.

Y por supuesto hay muchas mentiras políticas que todos hemos podido comprobar después de las elecciones.

En realidad, vivimos en una sociedad mentirosa donde todos nos manejamos con tacto, que en última instancia significa mentir.

Siempre se puede cambiar este modo de ser, comenzando por emprender la maravillosa aventura de ser sincero y aprender a valorarse.

El mentiroso cree muy en el fondo que es despreciable y desde esa baja autoestima surgen las mentiras; que en definitiva son inútiles porque la verdad siempre se filtra por algún lado.

El que miente es como un barco que hace agua hasta que se hunde irremediablemente en lo más profundo, a veces perdiendo lo que más quiere.

El que quiere cambiar puede hacerlo sea quien sea, lo importante es querer hacerlo, porque querer cambiar es ya haber cambiado.

Porque somos los dueños de nosotros mismos y estamos condenados a elegir todo en esta vida y es probable que también en la muerte, en que como algunos suponen, tendremos que elegir el destino del alma.

FOBIA SOCIAL Y TIMIDEZ

¿Un ataque de pánico de regalo?
El nivel de ansiedad puede subir a un punto crítico por encima del cual se produce un 'ataque de pánico' durante unos minutos en los que la persona le parece que pierde el mundo de vista, el equilibrio, o que pudiera enloquecer o estar muriendo de forma repentina.
Los mismos pensamientos de estar 'pillado' 'atrapado' y padeciendo algo 'horrible' actúa de incentivador y mantenedor del ataque. Las complicaciones de los ataques de pánico pueden ser que la persona desarrolle 'agorafobia' o miedo a tener ataques de pánico en situaciones donde ya se han producido o que parezcan una 'encerrona' (un espacio demasiado cerrado, demasiado abierto, demasiados estímulos o gente, estamos lejos o en una situación en la que haríamos un mal papel huyendo).
Algunas personas caen en el alcoholismo o en el consumo de hachis o cocaína o abusando de los tranquilizantes recetados por el médico como una forma de 'capear' estas dificultades sin resolverlas del modo adecuado.
¿Cómo afecta nuestras vidas la fobia social?

Nos empobrece reduciendo a la mitad nuestra vida social, nuestras posibilidades de ocio y progreso profesional.
La frustración que todo ello implica puede reflejarse indirectamente en forma de desánimo general (a veces es causa de caer en un depresión tras un larga etapa vital de sufrimiento) e irritación descontrolada con el circulo familiar íntimo.
Las relaciones que exigen iniciativa, sostén y aportación por nuestra parte se pueden llegar a ver gravemente resentidas y romperse.
Elimina aquellos oportunidades que suelen provenir de la actividad social (hacer amigos en el colegio o en el trabajo, participar en las equipos, promocionarse en el trabajo, etc.) . Puede ocurrirle a un fóbico social que rechace un buen trabajo solamente por el miedo que tiene a las nuevas responsabilidades, especialmente si tiene que tratar con muchas personas y hacer reuniones.
¿Soy un bicho raro?

De 1-2 por mil de los hombre y 2-3 por mil de las mujeres padecen fobia social. Es una dificultad que se conoce bien, tanto el porqué se produce como el modo en el que puede tratarse.
¿Tiene solución?

No es imposible adquirir estas dos capacidad que resolverían el problema:
las habilidades expresivas, sociales y de trato que no hayamos podido adquirir en el curso de nuestro aprendizaje por razones de modelos familiares imperfectos, inadecuada intervención escolar o por las dificultades emocionales que hayan interferido.
La habilidad de controlar el miedo irracional mediante distintas estrategias de enfrentamiento, control emocional e información psicoterapéutica especializada.

Una ayuda farmacológica puede ser aceptable como un medio de atemperar las dificultades iniciales, especialmente si el nivel de ansiedad produce severos síntomas incapacitantes como intensas taquicardias o ataques de pánico, insomnio y depresión.
¿Puedo solucionarlo por mí mismo/a?
Algunas lecturas de libros de autoayuda que tratan las fobias de una forma sencilla nos pertrecharán con una mayor comprensión del problema.
La práctica de la relajación, yoga, y/o ejercicio para bajar el nivel general de ansiedad.
Ejercicios prácticos de expresión:
lectura en voz alta del periódico utilizando un tono de voz alto y que tenga contenido emocional;
grabar un pequeño ejercicio de unos 10 minutos (5 veces a la semana) en el que contemos como si estuviéramos delante de un grupo de personas un asunto que hemos leído, visto en televisión, escuchado en la radio o hemos oído o pensado. El tema ha de ser diferente cada vez. Contra más exagerado es el tono expresando disgusto, placer, admiración, guasa, etc. más efectivo es el ejercicio. No olvidar al final añadir nuestra opinión sobre el asunto. Procurar conforme pasa el tiempo aumentar la longitud de las frases.
Preparar el terreno hablando en primer lugar en las situaciones mas fáciles (familiares de confianza, vecinos, compañeros de trabajo) introduciendo elementos que impliquen humor, comentarios personales y opiniones atrevidas.
Procurar adquirir compromisos tales como acudir a las reuniones de vecinos, religiosas o de trabajo, eventos sociales, etc. aunque nuestro papel al principio fuera modesto, pero logrando al menos familiarizarnos más con la situación grupal.
Hacernos un plan de EXPOSICIÓN gradual a las distintas situaciones sociales que nos agobian intentando hacer progresos pequeños pero continuados.
Suprimir las conductas anticipatorias que tanta ansiedad inducen al adelantar con los ojos de la imaginación mil situaciones agobiantes, humillantes y desagradables. Es mucho mejor no pensar y si tuviéramos que pasar por una situación temida, por ejemplo una boda, no sufrir hasta el momento en el que comience el banquete (y a ser posible tampoco en medio).
Tampoco conviene hurgar en la herida más de la cuenta, haciendo agoreras y cínicas disquisiciones de nuestro papel en el mundo. Es mejor concentrarse más en progresar que en criticarse a uno mismo.
Conviene facilitar el aproximamiento a los distintos ambientes estando al menos al día de las inquietudes y afanes por las que los humanos nos unimos en amistad (preocupaciones sociales, conocer la música actual, el deporte o las modas, procurando si cabe estar en un buen nivel como para poder más adelante tener algo que aportar).
Preocuparse por saber lo que la mayoría sabe (por ejemplo saber hacer una barbacoa, bailar, conocer los procedimientos administrativos, desenvolverse en un restaurante, etc.)
Disponer también de una personalidad propia (unos gustos, unas ideas conocidas, unas intereses, etc.) que pueda hacer atrayente y productiva nuestra incorporación en los grupos.
En los momentos de hablar en público no estar mirando con lupa nuestras sensaciones físicas perturbadoras sino los ojos de los interlocutores, y mirándolos comenzar a hablar LENTO y DETALLADO en vez de rápido y comprimido tal como el "salir rápido" del apuro nos pediría.
Hacer maniobras de preferencia, tales como sentarnos en el sitio de la mesa que más nos gusta y al lado de la persona que nos cae mejor o en el medio (en vez de sentarnos en el rincón más alejado y junto a la persona que menos nos gusta).
Si notamos que la voz nos tiembla, en vez de ultimar proseguir hasta que el efecto desaparezca, haciendo que el temblor inicial quede olvidado por un final aceptable o por la simple voluntad de expresarse.
No exigirse a uno mismo el imperativo más bien contraproducente de pretender ser inteligentes para los demás sino que en vez de RENDIR debemos cambiar la misión a PARTICIPAR.
Algunos fóbicos sociales han utilizado técnicas de INUNDACIÓN como aceptar un trabajo de cara al público, o presentarse voluntarios en una asociación para obligarse así a 'pasar por el tubo' y superar los problemas de una vez. Este método de 'sacar la muela a mano' no funciona siempre y puede ser una apuesta que sobrepase muestras verdaderas fuerzas.
Si nos sentimos preparados por haber avanzado en los puntos anteriores nos podemos atrever a llevar a cabo alguna actividad mas eficaz tal como apuntarnos a una asociación, un curso de expresión corporal, un taller de habilidades sociales (en el que mediante juegos didácticos, simulación de situaciones y ensayo de nuevos comportamientos, y en un ambiente de personas con similares dificultades a las nuestras podemos quemar etapas) o aceptar un trabajo que sabemos que nos pondrá a prueba.
Sería algo bueno de cara a superar los miedos el reflexionar más allá de lo mal que nos sentimos lo que hay de realidad en los supuestos peligros (miedo al rechazo, a que no nos valoren o a no resultar interesantes y dignos de amor que posiblemente provienen de algunos factores educativos mal aprendidos -o enseñados cabría decir-.
¿Y si no puedo?
Es el momento de acudir a un profesional. Existen distintas psicoterapias exitosas contra la fobia social, siendo un problema clínico relativamente sencillo de solucionar comparado con otros trastornos mentales mayores.
A veces la verdadera dificultad es el orgullo o la cicatería lo que nos impide reconocer que tenemos un grave problema y acudir a un profesional competente.

FOBIA SOCIAL Y TIMIDEZ



¿Y la timidez?
La timidez es una forma atenuada de fobia social, y que habitualmente tenemos y disimulamos todos mejor o peor.
No sabemos si resultaremos competentes, valiosos o apreciables a los demás.
Muchas veces esto esta en agudo contraste con un ambiente familiar en el que hemos sido mimados y protegidos, aunque en otras ocasiones es todo lo contrario: un ambiente familiar autoritario y descalificador también produce futuros tímidos.
Nuestra forma de ser se hace en el ejercicio de relacionarse con los demás, es un resultado de ATREVERSE a ser delante de los demás, mezclándose y entrando en conflictos que uno aprende a ir solucionando sobre la marcha.
La persona tímida es cautelosa: no se arriesga a equivocarse, a ser rechazada o a resultar inadecuada, y como no practica no avanza, y espera que un día se levantará con la moral alta y resultará segura de sí misma por arte de gracia (y no pasando por los malos tragos y apuros que todos tenemos que traspasar para curarnos de complejos e inseguridades y para resultar hábiles amigos y relacione públicas).
Descubrir lo que somos realmente tiene algo de lanzarse al abismo de lo desconocido y explorar lo que resulta de ello, y esta es la forma mejor de superar la timidez.
Palabra a palabra obligarnos a nosotros mismos a enseñar LO QUE PENSAMOS pero también -y sobre todo- LO QUE SENTIMOS (como cuando decimos 'me moleta el humo que me hechas a la cara' o 'me gustaría que tomáramos el sábado un café juntos', o 'este fin de semana me apetece ir de excursión con unos amigos que hace tiempo que no veo').
A menudo superar la timidez es una cuestión de número de palabras (cambiar el 'si', 'no', 'tal vez' por frases de cinco minutos).
Dejarse ir hacia una frase que va a ser muy larga es como confiar en tu propio cerebro, en su auto-estimularse, refrescarse y entusiasmarse por una tarea intelectual (en el fondo le encanta, es lo suyo).
La persona tímida tiende a creer que no tiene mucho VALOR, o CAPACIDAD, pero la realidad no es exactamente esa (mucho grandes tímidos han sido perfectamente grande genios científicos o escritores) sino que UNO MISMO/A SE PONE ENCIMA UN PEDRUSCO, inhibiéndose con pensamientos de mal agüero tales como 'lo mio no tiene importancia' 'mis cosas aburren' 'mi interés no coincide con el de los demás' 'podría ofender, aburrir o molestar a alguien' o lindezas parecidas.
Este AUTO-SABOTAJE equivale a que estuviéramos pensando 'seguramente no caminaré recto y estéticamente, pareceré torpe y tropezaré' y como fruto de esta hipótesis tan poco constructiva REALMENTE hasta consiguiéramos andar mal y tropezar.
Nos cuesta encontrar un lugar en el mundo, EL NUESTRO, y en vez de ello caemos en el error de pretender ser OTROS.
Sería buena cosa rebelarnos de una vez por todas y determinarnos a ser espontáneos, aceptando luego con resignación el número amigos y enemigos que ello produzca (por lo menos seríamos felices NOSOTROS y NUESTROS amigos, y nuestra alegría decoraría como un adorno navideño el paisaje de los demás).

viernes, 25 de abril de 2014

PSICOLOGIA › NUEVAS RESPUESTAS PARA CHICOS QUE NO APRENDEN A LEER

Dislexia y disléxicos

Uno de cada diez chicos podría padecer dislexia, esa especial dificultad para aprender a leer: el autor explica cuáles son sus bases neurobiológicas y dice cómo y por qué un trastorno que tiene origen genético puede resolverse mediante tratamientos psicológicos.
Algunos niños, inteligentes y con un desarrollo normal, experimentan una dificultad desproporcionada para aprender a leer: padecen dislexia. Todos los maestros, sin importar su talento ni su devoción por la enseñanza, se encuentran a veces con un niño que se resiste a la lectura. Su nivel de inteligencia es normal, o incluso para matemática o manualidades está por encima del promedio. En la lectura, sin embargo, repentinamente tiene muchas dificultades, se equivoca en todas las sílabas, mezcla los sonidos, adivina las palabras sin pensar, se desalienta pronto... y también desalienta a los que lo rodean. La visita a un terapeuta del lenguaje suele confirmar el temido diagnóstico: el niño padece dislexia. ¿Qué mecanismos cerebrales se esconden detrás de este término familiar? Nuestra comprensión científica de la lectura, ¿puede ayudar a comprender la dislexia? ¿Esta última es resultado de un “bloqueo mental” (en el supuesto de que esa fórmula tenga algún significado) o de un daño cerebral real? ¿Qué áreas, qué neuronas, qué genes están involucrados? ¿Qué tipo de terapia puede recomendarse?
Hay muchos tratados que definen la dislexia: es una dificultad desproporcionada para aprender a leer que no se puede atribuir al retraso mental, a un déficit sensorial o a un contexto familiar desfavorecido. Esta definición deja en claro que no todos los lectores con dificultades son disléxicos. Los déficit auditivos mal diagnosticados, un bajo nivel de coeficiente intelectual, un contexto educativo pobre, o simplemente la complejidad de las reglas ortográficas pueden explicar algunos de los problemas de los niños con la lectura. Sólo cuando todas estas causas posibles se han eliminado, uno sugeriría que se trata de un caso de dislexia.
Las estimaciones actuales indican que del 5 al 17 por ciento de los niños de Estados Unidos sufre dislexia. Estos números parecen muy altos, pero dependen del umbral que se utilice para definir el déficit y, por eso, son algo arbitrarios. No existe una línea divisoria neta entre los lectores normales y los disléxicos. La prevalencia de la dislexia depende de que se plantee un criterio arbitrario de “normalidad”. En nuestro contexto alfabetizado, se estima que los niños que, en las pruebas de lectura, tienen resultados por debajo del nivel que va del 5 al 10 por ciento, tienen una desventaja severa, aunque su problema probablemente hubiera pasado inadvertido hace dos siglos, cuando sólo una parte de la humanidad aprendía a leer.
El grado de arbitrariedad que tiene el punto de corte de la dislexia puede llevar a la conclusión errónea de que la dislexia es una pura construcción social, vinculada con la sobremedicación dominante, que tiende a confundir los problemas del comportamiento con los problemas de la salud. Este no es el caso. Varios indicadores apuntan a los orígenes cerebrales de la dislexia. Estudios genéticos en cientos de familias confirman que las habilidades lectoras son heredables. Los gemelos, que comparten en esencia el mismo material genético, tienen resultados que se correlacionan mucho más que los de los mellizos del mismo sexo, que comparten sólo la mitad de su genoma. Dentro de una familia, si un niño sufre de dislexia, sus hermanos tienen un 50 por ciento de posibilidades de ser disléxicos también.
A pesarde que los científicos hoy creen que la dislexia a menudo tiene una base genética, sin duda no se trata de una enfermedad “monogénica”, vinculada con la mutación de un único gen. Existe un rango de factores de riesgo y un grupo de genes que conspiran colectivamente para afectar la adquisición de la lectura. No es sorprendente que a una habilidad cultural como la lectura contribuyan muchos genes. La lectura experta depende de una combinación fortuita de conexiones cerebrales que, en la evolución de las especies, preexistían en nuestros cerebros de primates y que luego de años de entrenamiento se reconvierten para un nuevo uso. Un percance en el circuito es suficiente para detener el frágil proceso.
A pesar de que existe considerable investigación sobre este tema, recién ahora empieza a emerger un consenso acerca de la naturaleza precisa de la dislexia. Varios resultados parecen indicar una anomalía en el procesamiento fonológico de los sonidos del habla. Además, y tal vez de forma más controvertida, también está comenzando a definirse una subcategoría más pequeña de niños disléxicos con déficit de atención espacial. La mayoría de los niños disléxicos parece sufrir de un déficit en el procesamiento de los fonemas, los constituyentes elementales de las palabras habladas. De algún modo, ésta es una idea revolucionaria: un problema que parece estar restringido a la lectura en realidad se originaría en déficit sutiles en el procesamiento del habla.
En la interfaz entre la naturaleza y la cultura, nuestra habilidad para leer surge de una coincidencia afortunada de circunstancias. La instrucción en la lectura capitaliza la presencia de conexiones eficientes entre los procesadores visuales y fonológicos que son previas al aprendizaje de la lectura. Es muy probable que la causa de la dislexia sea un déficit conjunto de la visión y el lenguaje, en algún lugar de la encrucijada entre el reconocimiento visual invariante y el procesamiento fonológico; en la interfaz entre la visióny el habla, dentro de la red de conexiones que se encuentra en el lóbulo temporal izquierdo.
¿La dislexia es genuinamente una enfermedad neurológica? Apenas diez años atrás, todavía había dudas considerables en torno de esta pregunta. La anatomía del cerebro parecía normal. En la última década, gracias a refinamientos en las imágenes cerebrales, las bases biológicas de la dislexia han quedado de manifiesto.

“Anteojos” para aprender

A menudo nos preguntan si el creciente conocimiento de los mecanismos biológicos de la dislexia tendrá como resultado nuevos tratamientos. En el corto plazo, temo decir que no está a la vista ninguna cura real para estos déficit cerebrales. Si nuestro conocimiento actual es correcto, la dislexia muchas veces está relacionada con anomalías en la migración neuronal, que ocurren durante el embarazo. Ahora bien, muchos padres de niños disléxicos viven cada avance científico como una puñalada trapera que no les trae otra cosa que malas noticias en relación con las carencias de sus hijos: materia gris desorganizada, una corteza temporal que no logra activarse, neuronas que no migran correctamente, genes anómalos... Cada uno de estos descubrimientos biológicos suena como una condena perpetua. Los maestros, por otro lado, suelen reaccionar con una mezcla de desaliento y alivio. Cuando escuchan que la dislexia se debe a anomalías en el cerebro, muchos llegan a la conclusión de que ellos no tienen la capacidad de lidiar con este problema: ¿cómo podría un maestro de escuela, para quien ya es difícil enseñarles a leer a los niños normales, encarar un déficit cerebral que comenzó antes del nacimiento? Si bien puedo empatizar con estos sentimientos de abatimiento, están totalmente errados. Delatan dos ideas equivocadas muy frecuentes acerca del desarrollo cerebral. La primera consiste en pensar que biología es sinónimo de rigidez, como si los genes dictaran leyes inalterables, invulnerables, que gobernarán nuestros organismos por el resto de nuestras vidas. ¿Estamos indefensos frente al gen todopoderoso? De ningún modo. Pensemos en la miopía, otro severo trastorno genético que afecta a millones de personas, que se puede eliminar con el destello de unláser o con un par de anteojos. No es inconcebible que para la dislexia tengamos a nuestro alcance un equivalente cognitivo de los anteojos.
La segunda creencia equivocada es más sutil. Revela la poderosa pero errónea idea de que la mente y el cerebro pertenecen a dos ámbitos diferentes. Este dualismo suele aparecer en el área de la educación. Incluso quienes están bien informados parecen creer que la terapia del lenguaje, la rehabilitación, el entrenamiento a través de computadoras, la terapia de grupo y la discusión intervienen en un nivel “psicológico” muy diferente de la cosa de que están hechos los cerebros. ¿Cómo podría cualquiera de estos tipos de terapia ser una cura para una anomalía cerebral prenatal? En realidad, existe una relación directa uno a uno entre nuestros pensamientos y los patrones de descarga de determinados grupos de neuronas en nuestros cerebros: los estados de mentes son estados de materia cerebral. Es imposible afectar uno sin modificar el otro también.
Esto no significa que, si pensamos mucho, vamos a ayudar a nuestras neuronas a multiplicarse o a migrar. Lo que quiero decir es que la oposición clásica entre la psicología y las ciencias del cerebro es infundada. Los niveles de organización de la corteza son tan complejos que cualquier interferencia psicológica debe producir repercusiones en nuestros circuitos cerebrales, hasta los niveles celular, sináptico, molecular e incluso de expresión genética. El hecho de que cierta patología sea causada por anomalías neurobiológicas microscópicas no implica que el tratamiento psicológico no pueda ayudar. Es más, los vínculos entre los niveles molecular y psicológico son sorprendentemente potentes y directos. Algunos buenos ejemplos son los iones de litio que ayudan a luchar contra la depresión, o las moléculas de clorhidrato de diacetilmorfina, también conocida como heroína, que convierten a un ser humano normal en un maniático ansioso.
Dado todo esto, me gustaría recalcarles a las familias con niños disléxicos que la genética no es una condena a perpetuidad. El cerebro es un órgano plástico, que cambia constantemente y se reconstruye y para el cual los genes y la experiencia tienen igual importancia. Las anomalías en la migración de las neuronas, cuando están presentes, afectan sólo a pequeñas partes de la corteza. El cerebro del niño contiene millones de circuitos redundantes que pueden compensarse mutuamente por sus deficiencias. Cada nuevo episodio de aprendizaje modifica los patrones de expresión de nuestros genes y altera nuestros circuitos neuronales, y de esta forma da la oportunidad de sobreponerse a la dislexia y a otros déficit del desarrollo.
Gracias a los avances en la psicología de la lectura, hoy se diseñan mejores métodos de intervención. Con las imágenes cerebrales, podemos seguir su impacto en la corteza y chequear si, en efecto, llevan a restaurar las redes necesarias para la alfabetización. La mayoría de estos programas apuntan a incrementar la conciencia fonológica ayudando a los chicos a manipular letras y sonidos. Por ejemplo, les muestran a los chicos pares de palabras similares como “tono” y “bono” y les explican que cambiar una letra de lugar convierte a una palabra en otra. El paso siguiente consiste en mostrar que la misma letra “t”, que convierte “bono” en “tono”, también se puede usar para escribir otras palabras como “toca”, “trazo” o “talón”; y que la letra “b” transforma mágicamente estas palabras en “boca”, “brazo” o “balón”. A través de este tipo de juegos, un niño disléxico puede hacerse cada vez más consciente del fonema t y de su correspondencia con la letra “t”. Si no puede oír la diferencia entre los fonemas t o b, el terapista del lenguaje o la computadora lo van a exagerar para que se distinga muy bien.
Los esfuerzosdeben ser intensos y prolongados, idealmente con breves sesiones de entrenamiento diarias que se extenderán a lo largo de varias semanas. Una gran cantidad de estudios ha demostrado que la plasticidad cerebral se maximiza con el entrenamiento intensivo alternado con períodos de sueño. En segundo lugar, es de gran importancia que se involucren los circuitos de la motivación, de la atención y del placer del niño. Estos sistemas de recompensa tienen una enorme influencia en la velocidad de aprendizaje. En los niños, maximizar la atención y las emociones positivas tiene un efecto benéfico sobre el aprendizaje.
Una estrategia eficiente consiste en disfrazar la intervención en la alfabetización como un juego de computadora. Los niños pequeños están fascinados por las computadoras. Es más, el software de rehabilitación puede generar miles de situaciones de entrenamiento, a un costo mínimo y sin agotar al terapista del lenguaje. Más importante aún, el software se puede adaptar a cada niño. Los programas más impresionantes detectan de forma automática el nivel del niño y le proponen problemas adaptados a sus habilidades. El objetivo es apuntar a lo que el psicólogo ruso Lev Vigotski llamó “zona de desarrollo próximo”, donde los nuevos conceptos se pueden aprender al máximo porque son suficientemente difíciles para atrapar al niño pero suficientemente fáciles para que se sientan alentados.
Luego de docenas de horas de entrenamiento, los niños cuyos resultados estaban muy por debajo del nivel normal correspondiente a su edad alcanzan el extremo más bajo de la distribución normal. La mayoría de los niños disléxicos termina leyendo de forma adecuada, incluso si su desempeño todavía está a la zaga del de sus pares. En general, la decodificación de palabras se vuelve más eficiente, pero la fluidez lectora sigue siendo imperfecta: leen con lentitud. Este retraso residual puede explicarse por la exposición reducida a la letra impresa: en comparación con otros niños, los disléxicos rehabilitados han perdido varios años de experiencia con los libros. Entonces, es esencial que los niños no dejen de leer, para que sus habilidades de lectura se vuelvan automáticas y enriquezcan su vocabulario visual. Las imágenes cerebrales demuestran el impacto positivo de la intervención cognitivaintensiva.
Las imágenes cerebrales también revelan efectos de compensación más radicales. Luego de la rehabilitación para la dislexia, la actividad cerebral suele incrementarse en varias regiones del hemisferio derecho, en localizaciones simétricas a las del circuito normal de lectura en el izquierdo. Parece probable que, cuando existe un déficit en el hemisferio izquierdo, tomen el control regiones equivalentes del hemisferio derecho. Estas incluyen redes intactas cuya función inicial es suficientemente similar para que también puedan reciclarse para la lectura.
Toda la investigación a propósito de la dislexia tiene un significativo mensaje de esperanza. En sólo unas pocas décadas, ha aclarado la naturaleza del déficit central, sus mecanismos neuronales y cómo compensarlo. Sin embargo, todavía no se han respondido varias preguntas referidas a las variaciones entre los niños: ¿todos los disléxicos tienen el mismo déficit? ¿Uno podría diagnosticar el déficit exacto de cada niño y utilizar la información para ajustar su tratamiento? ¿La investigación actual excluye a subgrupos más pequeños de niños que podrían beneficiarse con un enfoque diferente?
Texto extractado de El cerebro lector, de reciente aparición

FOBIA SOCIAL

¿Qué es una fobia social?

Una fobia social es un tipo especial de miedo. Todos tenemos miedos a cosas como las serpientes venenosas, los perros rabiosos, las infecciones, los accidentes, aunque este miedo se traduce en un comportamiento de simple cautela frente a las situaciones de peligro y además el miedo AYUDA a estar alerta en la vida cotidiana en vez de INTERFERIR en ella de forma limitante y negativa. 
Hablamos de fobias cuando la intensidad con la que experimentamos el miedo frente a los distintos peligros es:
injustificado por la objetividad del peligro
inoportuno (no lo sentimos en el momento apropiado)
desmesurado (sentimos más de lo que deberíamos)
interfiere nuestra vida normal de forma innecesaria, y nos reduce nuestra capacidad de acción y goce.
Aunque algunas fobias son muy conocidas, como el miedo irracional a coger el ascensor, nadar, las ratas y cucarachas, por ejemplo, en cambio en la fobia social el miedo se centra en SITUACIONES más complejas y sorprendentes, y además altera totalmente nuestra vida ya que nos vemos obligados a vivir en sociedad (a diferencia del miedo a las serpientes que puede ser inocuo si no nos toca trabajar en un zoo) 
Todos solemos experimentar incertidumbre, ansiedad e inseguridad al conocer a personas nuevas, pero una vez roto el hielo, la mayoría logra convertir esos encuentros en una experiencia agradable. 
En cambio las personas con fobia social experimentan un grado de ansiedad mucho más elevado en estas situaciones. 
Puede ser tanto el grado de ansiedad o vergüenza que se produzcan señales físicas delatadoras (sudor, temblor muscular y de voz, rubor, etc.) que nos hacen más vulnerables e inseguros y la situación social, en vez de convertirse en un tiempo aceptable en algo agradable se transforma en algo cada vez más desagradable, con lo que nos desanima a pasar esos malos tragos y utilizar subterfugios de evitación y control de estas penosas situaciones. 
El deseo que solemos tener todos de formar parte de los grupos sociales, ser valorados y apreciados se ve gravemente disminuido, con la consiguiente baja autoestima y complejo de inferioridad. 
Elementos más importantes de la fobia social:
Preocupación por llegar a ser el centro de atención cada vez que nos encontramos con alguien.
Temor a propósito de que alguien nos mire y observe lo que estamos haciendo.
Temor a que nos presenten.
Temor a propósito de comer o beber en público
Dificultad para manejarse en comercios y relaciones administrativas
Terror a dirigirse a un público o grupo de amigos
Aversión a realizar llamadas telefónicas y realizar gestiones
Dificultad para confrontarse en el trabajo o hacer reclamaciones (incluso si se tiene la razón y el derecho de hacerlo)
Las fiestas y reuniones son una pesadilla y el comportamiento de la persona que tiene fobia social consiste en ponerse cerca de la puerta o encargarse de discretas tareas que le permitan huir de la situación.
Tendencia a rehuir espacios cerrados donde hay gente
Sensación de que todos nos miran y nos desvalorizan
Temor a que nuestras intervenciones parezcan ridículas, pobres o inadecuadas. Miedo a 'quedarnos en blanco'.
Algunas personas con fobia social tienden a beber alcohol para ganar así valor y desinhibición. 
La fobia social puede ser algo que -a diferencia de la fobia a las serpientes- se nos haga presente cada vez que nos vemos obligados a ser el centro de atención, o si nuestra profesión implica estar expuestos a personas desconocidas con frecuencia (vendedores, actores, músicos, maestros, etc.) 
También nos podemos ver obligados a hablar en público (en la escuela, reuniones de trabajo, amigos -cuando son un grupo grande-). 
Algunas fobias sociales acentúan el miedo a tratar con el otro sexo a extremos que producen graves dificultades para conseguir pareja. 
El miedo no es un estado emocional inmóvil, como un estado de tristeza o alegría. Se alimenta de:
Los estímulos temidos (estar en algún tipo de situación social que nos produce miedo)
La anticipación (imaginar las situaciones que podrían suceder y sentir el miedo 'como si' estuvieran sucediendo los acontecimientos temidos)
los mecanismos de evitación (aunque sea una paradoja el ALIVIO de subir por las escaleras AUMENTA el miedo a coger el ascensor de una persona con fobia al ascensor). Por lo tanto las conductas de 'precaución' como ponerse en un rincón, hablar poco, cruzar la acera, etc. hacen que sintamos MAS miedo la próxima vez.
Los pensamientos auto-críticos (del estilo "pareceré tonto/a", "debería hablar pero no se me ocurre nada". "estoy haciendo el ridículo", "parezco torpe", "me consideran inferior", etc.).
La falta de practica en expresión verbal (igual que la falta de ejercicio nos entumece) el expresarse DEMASIADO POCO, dificulta la facilidad y creatividad de comunicación.
El circulo vicioso que producen las experiencias negativas: como lo hemos pasado mal una vez tememos que la siguiente será igual o peor, con lo esta creencia hace de profecía que se auto-cumple y nos induce a estar más amedrentados e ansiosos la próxima vez, con lo que de nuevo alimentamos el temor para la siguiente ocasión.
La costumbre de 'repasar' y 'rumiar' lo sucedido: el no haber sido capaces de actuar con la soltura de los demás (el fóbico puede fijarse en la persona más popular y maravillosa para compararse con ella) nos genera desasosiego y ácida incomodidad personal, recordando cada uno de los pequeños detalles de impotencia y comportamiento penoso con la precisión de un latigazo, y de pronto aparecen iluminadas como por un foco las palabras y las cosas que DEBERÍAMOS haber dicho o hecho.
La propaganda negativa que hacemos sobre la imagen de nuestro Yo. A base de vernos torpes, inseguros, empobrecidos, poco interesantes, etc. un numero elevado de veces, entramos en la 'secta' de los 'no valgo nada', con lo que ya ni nos atrevemos a aspirar a las cosas sanas y bonitas que los demás nos parece que sí tienen derecho a tener (amor, admiración, amistad). Esto puede influir poderosamente en nuestras decisiones (aspiraciones laborales, proyectos, el tipo de pareja que nos parece adecuada, los derechos que creemos que nos merecemos, etc.) . 
La angustia como aparición 'maldita' e 'intrusa'. Nos angustiamos por la posibilidad de sentir angustia y al percibir que nos estamos angustiando sólo por pensarlo sentimos que es una angustia incontrolable. La angustia se convierte por sí misma en el peor enemigo -más allá incluso de las situaciones que empezaron a provocar. Tenemos miedo de tener miedo, y que además ese miedo sea visible y nos delate como miedosos dignos de desprecio.
Síntomas físicos

Los síntomas de la ansiedad que aparecen en la persona que tiene fobia social cuando se expone a lo temido pueden llegar a ser el símbolo de 'lo peor' que le sucede:
Sequedad de boca (junto a la idea de que uno se 'atrabancará', tartamudeará, toserá, no podrá hablar, etc.)
Palpitaciones (el corazón parece correr demasiado deprisa o irregularmente y eso producir desmayos, ataques cardíacos, mareos, o algún tipo de colapso)
Temblores de manos, pies o voz que pueden ser rápidamente observados y delatarnos como 'inferiores' o 'penosos' o 'impresentables'.
Sudor (en las manos que luego puede que tengamos que presentar en un saludo; sudor corporal que traspasa la ropa y nos avergüenza haciendo nos aparecer como 'indeseables' o 'repugnantes')
Rubor (angustia + sentimientos intensos de vergüenza)
Falta de concentración (que nos haga olvidar datos que queríamos decir o desorganice el curso del pensamiento de modo que no sepamos de donde veníamos o a donde queríamos llegar)
¿Y la timidez?

La timidez es una forma atenuada de fobia social, y que habitualmente tenemos y disimulamos todos mejor o peor. 
No sabemos si resultaremos competentes, valiosos o apreciables a los demás. 

La mirada y el miedo

La mirada y la vergüenza

Es difícil armonizar las expectativas que tenemos con lo que de golpe nos sobreviene al vernos mirados por otros. Los niños pequeños son capaces de experimentar esta inadecuación, desde edades muy tempranas, cuando confiados encaran una ilusión de encontrarse con una cara familiar y en cambio tropiezan con la de un desconocido. Rápidamente hay que frenar las alegrías, llevarlas a terreno muerto, descarriarlas voluntariamente -no tanto por inadecuadas como por inoportunas. La conducta de retirada consiste en congelar la expresión, apartarse del contacto visual, agachar la cabeza, refugiarse.
Esta retirada los padres la coartan esgrimiendo intereses más amplios: ``A ver, Juanito, da un beso a tu tía Felisa''. Ese beso, arrancado a la fuerza, no será el mismo que el efusivo que se hubiera dado de mediar una mayor confianza. Tia Felisa, esa desconocida, de pronto es elevada a categoría de íntima por arte de recomendación o de autoridad. Tenemos así el mapa de los trazos esenciales de la vergüenza:

  • la etiqueta (``es muy vergonzoso'')
  • la necesidad de parar una expectativa equivocada
  • realizar, aunque fuera de manera forzada, el acto que esperan los demás.
La mirada del otro que se clava en nosotros es capaz de disparar la vergüenza con sus fenómenos concomitantes de rubor, apartamiento la mirada, agachamiento de la cabeza, como intentos de retirarse ante una insoportable exigencia o contrariedad de posturas.Al sentirnos observados re-flexionamos sobre lo que estábamos haciendo o sintiendo (nuestra postura corporal, nuestro interés natural, la manera de estar y aparecer) y rápidamente considerarlo como posiblemente inadecuado a los ojos de lo que esperarían encontrar los demás (otra compostura, otras actitudes o apariencia). Esta auto-observación crítica rompe la espontaneidad que discurría antes de ser mirados, y la misma brusca parada también forma parte de lo que sabemos que llama la atención a una mirada atenta.
La necesidad de no ser o estar naturales al instante, cuando lo inmediato además tenía una intensidad difícil de suprimir, provoca la reacción ``apaga'' impulsos inoportunos en que consiste la vergüenza.
Rápidamente surge la etiqueta de esta contra-emoción: ``tengo vergüenza'', y también esa etiqueta nos parece indigna de ser vista (especialmente si de pequeños nos afeaban esos momentos con agravantes tales como ``das asco'', ``eres penoso'', ``me repugnas'' y vituperios similares con los que algunos educadores adornan sus intervenciones correctoras).
Como que tenemos necesidad de parar urgentemente la misma reacción de vergüenza, para ello sentimos vergüenza de tener vergüenza (esto es, sentirla se nos asemeja algo imperdonable).
Si apareciera a nuestro socorro una orden salvadora (``besa a tu tía'') podríamos al menos detener el círculo vicioso que está retorciendo nuestras emociones.
Si no tenemos mayor compromiso siempre podemos imbuirnos en un periódico o mirar a otra parte con disimulado interés, pero si nos vemos obligados a relacionarnos puede desencadenarse en nosotros el azoramiento, el apocamiento y la temible parálisis.
Por ejemplo, puede decirle un varón a su compañera mujer, ``qué guapa estás hoy'' en vez de ``me gusta el trabajo que has hecho'', que es lo que le gustaría. ¿Cómo se puede responder a una provocación si ella no tenía interés previo? No se puede, en cierto modo, ni responder bien ni responder mal. En cambio la mirada sigue ahí esperando algo, causando vergüenza hasta poder ``salir del paso'' sonriendo sin ganas, dando las gracias que poca gracia nos hacen, o arriesgándonos al reproche (``era una broma'', ``qué mal carácter tienes'').
Ocurre en algunas ocasiones que estas actitudes que provocan vergüenza son deliberadas en vez de casuales. Entonces hablaremos de abochornadores y avergonzadores que abusan del factor sorpresa o comprometedor para disfrutar del efecto que suscitan y sacar una ventaja de ello (habitualmente sentirse superiores).
Una lista de ideas útiles para afrontar los distintos tipos de vergüenza es:

  1. Amedrentar al abochornador descalificando su actitud (aunque nos estemos muriendo de vergüenza). Por ejemplo decir, ``no me parece correcto que me ridiculices en público, cosa que ni a tí ni a nade le gusta que le hagan'' -esto dicho preferiblemente delante del mismo público en que ha tenido lugar el alevoso desprecio.
  2. Defenderse, pero suavizando o normalizando a continuación, en las situaciones ambivalentes: ``No me gusta que mezcles el galanteo con el trabajo, ya que además de no gustarme me molesta. Por cierto, ¿qué opinas del trabajo que te entregué?, me gustaría que me dieras la opinión''
  3. No duplicar la vergüenza, considerándola una emoción normal que una persona normal se puede permitir (mientras que ``don perfecto(a)'' no). Esta emoción, válida, lo importante es que sea seguida de la acción adecuada (es decir, no huir o retirar la vista, sino provocar una salida de ``circunstancias'' para ``salir del paso'').
  4. Lo antes posible, hacer algo (romper el silencio) que resuelva la tensión interna y la expectativa pasiva del que nos mira: preguntar, opinar, sugerir, etc.
  5. Si el que nos mira tiene derecho a mirar (aunque sea con cierto grado de descaro o inadvertencia censurable) aceptar ser ``paisaje'' visual para el otro en vez de sentirnos analizados como en un examen, y menos aún suspendidos de resultas de la atenta inspección. Hay una diferencia entre sentirnos ``anónimos y libres'' a ``prisioneros escudriñados''. La libertad no nos la tienen que otorgar los demás, sino que la cogemos nosotros al asalto, bien mirando a los ojos del que nos mira, para ponerle en evidencia, bien mirando a otra parte con descaro, otorgándonos también el placer del descanso y, sobretodo, disminuyendo la capacidad del mirador de ser lo bastante importante como para importarnos (tratarlo a él como un objeto entre los objetos, no como sujeto omnisciente o dios que todo lo ve y todo lo juzga)
  6. Considerar que somos invisibles y que seguimos conservando el control de nuestra privaticidad. Ni el que nos mira sabe nada de nuestra intimidad, ni tampoco nosotros sabemos nada de lo que piensa -podría estar considerando en ese momento, por ejemplo, qué día ir al dentista, en vez de si nuestro nuestro aspecto resulta adecuado)
  7. Tolerar la curiosidad que podemos producir en los demás por nuestra belleza, atractivo, estética u objetos que llevamos. Esa curiosidad, que sería temible si fuera la de un ladrón que calibra la posibilidad de quitarnos una cadena de oro o la cartera, porque se trataría de una intención de llevar a cabo actos reales, en cambio es inocua si la persona nos usa para fantasear o entretenerse un ratito, ya que en este caso debemos considerar que es una humilde contribución a la humanidad, inocente e ingenua, sin compromiso, hipoteca o inconveniente para nuestra vida real.

La mirada y el miedo

Mirar perlocutor

En ocasiones intentamos hacer 'magia' con la mirada, persuadir, enternecer, disuadir, amenazar o preguntar. La expresión de la cara puede ayudar mucho a interpretar estas distintas intenciones de provocar un efecto. Pero es que también podemos desear y pretender que a través de la mirada ese deseo se apodere del otro.
Tenemos el anhelo que algo se haga como resultado de la intensidad ferviente de nuestra mirada, fé en que se nos comprende de forma transparente, ilusión de que el que mira mirar. mira la mismo que el que mira, y se siente impelido a sentir el mismo deseo, ejecutarlo como si fuera propio.
También utilizamos la mirada como una señal de sincronía, de acuerdo armónico, procurando creer que no sólo la mirada atraviesa el alma de nuestro prójimo sino que por el agujero se van todos los efluvios que podrían manchar un momento de satisfacción, amor o embeleso.
La mirada, puestos a abusar de su magia, también podríamos especular que es capaz de hacer mal, de provocar mala suerte, como si es forma malévola de posar la vista contagiara con mal de ojo al mirado, que se vería así arrastrado a las peores desgracias sin tener nosotros que provocar trabajosamente su caía.
Es digna de recordar la mirada que podríamos llamar 'sancionadora' del adivinar al que sometemos al otro, persiguiendo distintas hipótesis de lo que nos sucede, del porqué de los humores que ciertos acontecimientos han producido en nosotros y qué deseamos que se haga. Mientras miramos abstrusamente a ningún punto en especial de la lejanía el otro urja las distintas posibilidades una a una. Cuando finalmente ha adivinado -por supuesto el trabajo debe siempre ir a cargo del que ha cometido un error u ofensa que parece no saber cual es- el mirador deja de mirar y interviene graciosamente, con fingida displaciencia, para perdonar las ofensas supuestamente confesadas o los errores supuestamente reconocidos.
En estas distintas posibilidades se huye de la palabra como si la palabra más que arreglar estropeara las cosas, o más que aclarar confundiera, y con esa atribuida perversión del lo hablado (¡se miente tanto después de todo!) se huye a la mirada como alternativa más segura de conseguir las mismas cosas que parecen producir toneladas de palabras y afanes en los demás.